Encontrándome a mi mismo con una copa de coñac de la mano. Pensando en lo solitario que me encontraba aquella noche, veía rostros, rostros que no me eran familiares, cada uno, con una historia escondida. Todos menos yo, soy un hombre cuyo fin es ahogar sus penas en esta copa de coñac que sujeto con mis delgados dedos.
¿Qué hora es? Mi reloj de pulsera marcaba las 2 de la mañana. Debería marcharmea ese habitáculo al que todos llaman casa.
Cogí el paraguas, pues estaba lloviendo. La lluvia hacía que mi corazón sintiera deseos de yacer en el suelo como esas gotas de agua que nacen en el más estrépito cielo hasta morir con todas sus fuerzas en el suelo que piso. Oh gotas, frías y transparentes gotas, como os envidio, ojalá fuera una de vosotras, con una corta vida, sin sufrimiento, cuya única meta es morir en el oscuro asfalto.
Caminando por la lúgubre calle, en la que mi única compañía es el sonido de aquellas gotas caer en el suelo, y algunas en mis pies.
Mi corazón acongojado, y mi mente en blanco, transformando ese blanco en un oscuro negro, con ese negro mi cabeza se convertiría en un vacío existencial en el que ni los pensamientos ni los sentimientos tendrían lugar, ni nacimiento ni muerte, ni siquiera existirían.
Seguí caminando cabizbajo viendo las gotas que caían sobre mis pies, de camino a mi "casa" pasaba por un puente. Por ese puente corría el río, hermoso a la par de profundo. Esto me hace pensar: Las gotas de agua que caían en el asfalto tenían un final triste, romper contra el suelo y morir. Sin embargo, las gotas que caen en el río, no mueren. Tienen un final feliz reuniéndose con otras gotas y ser felices.
¿Yo qué tipo de gota sería? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué es esta sensación que tengo en mi pecho? Siento unas ganas de tirarme al río y no vivir, reencarnarme en una de estas gotas que caen hacia un destino feliz, no quiero ser aquellas que mueren en el suelo.
Impulsivamente, dejé el paraguas en el suelo, mi cuerpo mojándose, mi cabello empapado y las gotas minúsculas que poseía se iban desprendiendo y desplazándose hacia mi rostro, acariciando dulcemente mis mejillas, dirigiéndose a mi cuello para bajar por mi torso y llegar al suelo.
Mi pierna derecha subió a esa especie de quita-miedos que tiene los puentes, y mi mano derecha sirviendo de ayuda y soporte. Después mi pierna izquierda subió igual que la pierna derecha y acabé subido encima de los quita-miedos. Miré abajo, con lágrimas en los ojos dicté mi sentencia. Mi pecho no podía más y mi mente cada vez más negra que antes, que inundaba mi corazón y ya ni sentía ni padecía.
Solo quería saltar y ser arrastrado por el río hasta desembocar en el ancho y vasto mar. Sin pensarlo dos veces me dejé caer con lágrimas en los ojos. Mientras caía todos los pocos recuerdos felices que tenía iban apareciendo durante milésimas de segundo en mi mente, haciéndome morir bajo el río esbozando una sonrisa.
La vida está llena de momentos felices, tristes, pero sobre todo, de cosas, historias, besos, caricias, por todo ello, merece la pena luchar.
¿Sabes? Hay algo de lo que me siento afortunado: Haber vivido durante todo este tiempo, pero creo, que ya llegó mi fin.